A Fox le fascinaban los circos, el rodeo y, por encima de todo, el patinaje sobre hielo. Le encantaba la sensación de desarrollar el equilibrio sobre las dos cuchillas de los patines, y le satisfacía no tener miedo a moverse sobre el hielo; por eso, entre sus posesiones, siempre tenía un par de estos patines, y tomaba clase de patinaje cada vez que podía. Nunca fue un buen patinador, pero al menos no se caía sobre el hielo. Recuerdo que Conny Méndez me decía que el patinaje sobre hielo era el deporte más espiritual del mundo, cuando me acompañaba junto a mi familia a la cumbre del Monte Ávila, en Caracas, donde se encontraba el “Club de Patinaje sobre Hielo”, del cual éramos miembros activos y donde acudíamos casi diariamente a practicar este deporte.
Extraído del Libro “Emmet Fox, un ejemplo a seguir”, de Rubén Cedeño.
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