Desde su niñez, Emmet Fox fue un sanador natural; a los seis años ya hacía imposiciones de manos a sus padres y les quitaba cualquier dolor que tuvieran, además de dejarlos con una profunda sanación de paz; por esto, consideraban que poseía una bendición especial de Dios, como si fuera algún enviado o santo. Debido a esto, a lo que más le gustaba jugar al pequeño Emmet Fox, era de doctor.
Una noche, en Londres, Emmet Fox y su mamá ya se habían ido a dormir, dejando a la empleada la tarea de terminar de acomodar lo que faltaba hacer en la casa. De repente, le avisaron a la empleada que su hermana estaba muy enferma y que fuera a verla, y lo primero que pensó fue en los poderes curativos del niño Fox; entonces, se arriesgó a despertarlo y llevárselo casi secuestrado, adonde se encontraba su hermana moribunda, aunque después le explicó lo que sucedía. Cuando llegaron, encontraron que la hermana estaba gravísima, con mucha fiebre y casi inconsciente. Fox le impuso las manos sobre la cabeza a la muchacha y le dijo: “¡Vas a estar bien! ¡Sí, te vas a curar!”. Al poco rato, la joven dejó de lamentarse y sus rasgos se fueron normalizando, le bajó la fiebre y se curó.
Desde niño, Emmet Fox, sabía que el “El secreto de la salud es tener confianza en Dios”, que sus poderes de curación no eran ningún don paranormal, y afirmaba un sabio razonamiento: “Así como hay gente en el mundo, que sufre, igualmente, hay gente que puede curar”.
Los poderes curativos que Emmet Fox desde niño, lo llevaron, en su adolescencia, a estudiar Metafísica o la Práctica de la Presencia de Dios, como él la llamaba. Fox, en lo profundo de su corazón, sabía una gran verdad: “que la fuerza, bendición y poder de convencimiento que se tiene cuando se le sirve a la humanidad no viene por arte de magia, sino como resultado del profundo entendimiento de las Verdades Divinas y la pureza del propósito en todo lo que se hace”.
Más adelante, Emmet Fox dejó de practicar el método tradicional de imposición de manos para sanar, que estilaba cuando niño, y lo cambió por el uso de la “Oración Científica”, por ser más espiritual y efectivo, teniendo el ingrediente de cultivar la fe del paciente y la realización de Dios. Emmet Fox afirmaba que la oración, por sí sola, era suficiente; sin embargo, no condenaba el uso de la medicina, en tanto se la considera útil.
Extraído del Libro “Emmet Fox, un ejemplo a seguir”, de Rubén Cedeño.
Comments