Renunciar es desocuparse de los apegos, las opiniones, los problemas de la vida, la lucha por las cosas, la competencia, los deseos y los pensamientos; ser realmente libre, sin ataduras internas ni externas.
Se puede renunciar a todo, colocando la mente y los sentimientos en la Totalidad de la Vida, y realizando esta afirmación: “Yo renuncio ahora a todos los problemas”. “Yo no estoy en el plano de la lucha”. “Yo no compito ni deseo nada”. “Yo Soy libre de todo tipo de ataduras”.
En el desapego está la más grande de todas las fuerzas de voluntad, la suprema sabiduría, el más grande amor, toda la pureza, la completa consagración, el misticismo y la devoción prefectos, todas las transmutaciones, el máximo perdón, la liberación más avasallante.
Cuando renuncias, te desocupas de todo lo creado, de la ilusión de la materia, de la marea del mundo emocional, del ruido que causa la barahúnda de los pensamientos y la lucha por las cosas, y cabe decir: “Yo no estoy en el plano de la lucha”.
Para comprender los asuntos más allá de la materia, las emociones y la mente, para transcender, es preciso desapegarse y renunciar.
Desapegarse es liberarse de los agregados del “yo personal”, desocupando la memoria de todos los recuerdos que petrifican y fragmentan, ya que el pasado es la muerte, no se puede modificar.
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